Google y buscador han dejado de ser sinónimos hace años, pero Google (la compañía) obtiene todavía más del 90% de sus ingresos de la publicidad asociada con Google (el buscador). Por primera vez, al presentar días atrás sus resultados trimestrales, desveló algunos datos fragmentarios acerca de la marcha de los “nuevos negocios”, paralelos al core business. Pero la compañía tiene una extraña fascinación por proyectos que, pudiendo parecer extravagantes, se presentan capciosamente como de interés público. Es el caso, sin ir más lejos, del proyecto de construcción de un índice de precios propio, impulsado por Hal Varian, economista de cabecera de Eric Schmidt.
El propio Varian lo ha contado en un congreso de economistas: su equipo lleva algún tiempo calculando un índice de precios diario, que llamó GPI (Google Price Index), paralelo al oficial CPI (equivalente al IPC español) que es mensual. La diferencia no está en la frecuencia: el método de Google se basa en el análisis en tiempo real de su base de datos sobre compras online, a diferencia de la recogida manual en puntos de venta que utilizan los organismos estadísticos. Varian admitió algo obvio, que la cesta de mercancías y servicios no es igual en Internet que en el mundo real [olvidó añadir que no toda la población practica la compra electrónica, y que el comercio físico prevalecerá por muchos años] pero no se privó de una jactancia venial: según los registros de Google, Estados Unidos vive en situación deflacionaria desde enero, lo que contradice al Bureau of Labor Statistics, que ha calculado 0,9% de inflación acumulada hasta septiembre.
Puede que el experimento de Varian esté todavía crudo. Las bolsas y los inversores viven siempre pendientes del calendario de publicación de indicadores económicos (uno de los cuales, sólo uno entre muchos, es el índice de precios). Que, entre otras cosas, vale como referencia para calcular la variación de salarios y pensiones. Su cálculo está a cargo de organismos públicos, cuyos métodos están sometidos a reglas de control y consensuados internacionalmente. Lo quiera o no su autor, la propuesta suena a invento de un mecanismo que entraría en conflicto con el comunmente aceptado. Entonces, ¿cómo dirimir las diferencias? ¿cuál tendría más credibilidad?
Hal Varian no es un advenedizo. Fue catedrático de Berkeley hasta que en 2002 fichó por Google como economista jefe, adjunto a la «oficina del presidente y los fundadores». Es autor de varios manuales de microeconomía y de una buena cantidad de papers (un par de ellos sobre la economía del copyright sorprenderían a más de un demagogo ibérico). El año pasado, Varian publicó Predicting the Present, interesantísimo fundamento de la aplicación Google Trends. Inútil sería rastrear en sus escritos alguna cita de pensadores clásicos o una reflexión sobre la crisis económica actual: lo suyo es la econometría y la teoría de externalidad de redes, su especialidad académica.
La revolución estadística que preconiza Varian es tan simple como radical: “describir la economía en tiempo real, en lugar de observarla por el retrovisor”. Estos son dos ejemplos: 1) si hay rumores sobre despidos en una empresa, sus empleados correrán a informarse en Internet sobre el mercado laboral, o inscribirán sus CV en un sitio web de empleo; por consiguiente, será posible establecer una correlación entre la tasa de paro y la demanda de información; 2) el año pasado, presentó una ponencia en la que postulaba la posibilidad de conocer en tiempo real la difusión de una epidemia de gripe sobre la base de las búsquedas en Google acerca de la enfermedad.
Por supuesto, las correlaciones son la materia prima de todo análisis estadístico, con un matiz relevante: el acceso a los datos y la potencia de cálculo que puede permitirse Google son muy superiores a los de cualquier organismo público. Estos sufren un considerable retraso metodológico, subraya Paul Schreyer, director de cuentas nacionales de la OCDE. Por su parte, Eurostat ha creado un grupo de reflexión sobre la manera de utilizar las nuevas fuentes en la Web sin incurrir en violaciones deontológicas. En España, la (todavía) escasa incidencia del comercio electrónico haría inútil el método que plantea Google, si bien el INE ya recopila información sobre la venta online de billetes de avión y reservas de hotel, para complementar sus fuentes convencionales.
El columnista Christopher Caldwell escribe en el Financial Times: “¿Tendrían los gobiernos recursos suficientes para competir con Google? ¿Deberían autorizarla a vender estas informaciones? Y si se demostrara que Google es mejor prediciendo la inflación, el desempleo o la gripe, ¿por qué no encomendarle la predicción del delito o la vigilancia contra el terrorismo?”. Según Caldwell, la línea que separa a Google de las funciones de interés público se hace cada vez más borrosa, “pero hay una gran diferencia entre la privatización de las tareas, que se remonta a los años 80, y la privatización del análisis que presagia la iniciativa de Google”. Que conste que Caldwell es director de The Weekly Standard, considerada como ´la biblia neocon´ norteamericana.